Editorial: Dylan y demás

Hablar de Zimmerman requiere de tiempo que uno no siempre dispone.

Ya ni se diga del conocimiento extenso que sería necesario para analizar o siquiera entender la gran obra del artista conocido como Bob Dylan. Su influencia es innegable, no sólo en la música sino en la cultura en general, particularmente en la cultura norteamericana. Cada reconocimiento que ha logrado a lo largo de su vida y su carrera está bien justificado pero aún así creo que la apreciación que se tiene hacía lo que él ha creado nunca sera suficiente.

La discografía de Dylan es increíblemente grande, y yo aún no soy de los afortunados que conocen cada aspecto de su obra, me falta un largo camino de descubrimientos, pero espero que no sea lejano el momento en el que ya haya escuchado todos sus trabajos. Y cuando llegue ese día, me gusta creer que seré lo suficientemente humilde para admitir que no soy un experto en Robert Allen Zimmerman y que, seguramente, nunca lo seré.

Mis primeras impresiones al escuchar a Dylan estaban relacionadas principalmente con sus letras, y considero necesario admitir que pensé que su música era más letras que música. Evidentemente hay un predominio de la escritura, por lo que creí que esta tenía tanto peso que básicamente se perdía la intención musical. Claro que estaba equivocado, pero fue hasta que descubrí más discos de él que noté que mi concepción era errónea. Las letras están tan bien escritas que incluso consideré que serían más potentes por sí solas por lo que no había necesidad de volverlas canciones. Sin embargo, creo que el mayor logró de Dylan fue haber encontrado una comunión perfecta entre la escritura y la música.

Bob Dylan fue más allá en todos los ámbitos. No hizo música nada más, o tal vez sí pero la hizo literatura y, a la vez, no hizo tampoco literatura únicamente sino que la hizo musical. Me refiero a que podríamos separar las letras por un lado y la música por el otro y así admirar cada una. Sin embargo también podríamos admirarlas como un conjunto porque cada una está tan bien hecha que no necesita de la otra, pero el hecho de que estén juntas se vuelve tan impresionante que es prácticamente inconcebible. Como si hubieran sido creadas por dos personas, o como si un doctor pudiera también ser abogado al mismo tiempo y pudiera desempeñar ambas profesiones a la vez. Esto es lo increíble del trabajo de Dylan

Sus canciones, como casi todas las canciones existentes, están hechas para cantar, para ser escuchadas, para bailar (a veces), pues para lo que sirve la música, vaya. Pero nada más se requiere un gramo de atención para notar que estas canciones no son meros sonidos. En esos sonidos está escondida otra expresión artística que se empalma y entonces se crea una dualidad que, desgraciadamente, existe escasamente en el mundo. Es como una narrativa transmediática, en la que dos artes coexisten libremente elevándose una con la otra. Porque muchas veces se llega a creer que Dylan nada más recita poemas, pero va más allá de eso, aunque constantemente parece que solamente está hablando o escupiendo palabras sobre una progresión de acordes, en realidad no es tan fácil como aparenta, porque sí está cantando. O sea sí está haciendo música pero también está haciendo literatura.

Creo que con Dylan se podría llegar a un debate en el que se defienda la expresión musical en la que predomina el sonido contra una expresión musical enfocada en el contenido, en cuanto a letras. Pero si miramos de cerca la obra de Dylan notaremos que ninguna sobrepasa a la otra, en mi opinión. Porque está claro que él no es un gran cantante, tampoco el mejor guitarrista pero eso no le impidió hacer música de calidad y así como habrá gente que no lo coloque ni cerca en una comparación con escritores como Albert Camus o Ernest Hemingway (al igual ganadores del Nobel de Literatura) también logró hacer literatura de calidad. Y es que Bob Dylan es más que un músico y más que un escritor, es ambos. Ya cada quien es libre de admirar su faceta literaria, su faceta musical, ambas o, incluso, ninguna.